Fue el día y fue la noche
Por Fabiola Acosta Espinosa*
Desde sus inicios la mujer ha sido persuadida, engañada y luego sacrificada. En el Génesis se dice que la mujer fue la que dio el paso hacia la desobediencia o más bien, hacia el pecado, que fue ella quien sedujo a su Adán para que comiera el fruto prohibido. El “pobre Adán” que por lo visto no tenía carácter en esa época, y por salir bien librado, culpa a la mujer de provocación, quien asustada, culpa a la serpiente; animal de nombre femenino que involucra de inmediato a la figura de la mujer con la desobediencia. ¿Por qué no pudo ser un lobo pollero, un ciempiés o un alacrán?
La serpiente no hablaba, afirman los conocedores de tan interesante historia. Habló porque Satanás se introdujo en ella. Era hermosa –dicen- y volaba por el paraíso como se le antojara. ¿Ustedes se imaginan un animal que no habla y a una mujer extasiada en el árbol prohibido que de repente escucha una voz venida de una serpiente siendo la mujer como es? Unas gritan por una cucaracha, y eso que éstas no les hablan, otras gritan por un ratón o por una abeja, ya se puede imaginar el susto, tuvo que ser del tamaño del horror.
Desde el pasado la mujer es sujetada a la sociedad y al hombre, llevando como cadena perpetua una culpa que no fue sólo de ella y con la cual le ha tocado luchar con espadas de agua y fusiles de arena. Esta lucha le ha servido para sobrevivir en medio de un paraíso que sólo le pertenece a los hombres.
Atormentada por una culpa sacada, como diría Saramago, de una mente humana, lleva una condena en sus hombros por la inconsciencia de hombres enfermos y machistas que por muchos años la han retenido en una sociedad que les inculcó en sus grandes cerebros masculinos, que las mujeres podían ser de su propiedad y que eran un artículo que compraban y que escrituraban por medio de un matrimonio.
Hoy las mujeres son seres capaces pero amordazadas con cadenas que no se ven por fuera, sino que están ahora por dentro, debido a que el hombre no la domina como un objeto bonito, que tiene piernas y un lindo rostro; ahora la somete psicológicamente hasta llevarla al miedo, y de éste, a la sumisión, porque ya no la puede comprar, ahora hay que ganársela con otros recursos, ¿pero cuáles?, si ella dispone y decide, compra lo que le gusta y paga lo que desea, trabaja, es independiente, liberándose de esas cadenas económicas que la tuvieron sometida por mucho tiempo. Esta realidad no la han podido soportar algunos hombres, y esta es la razón por la que emplean la presión psicológica llevándolas lentamente a la desesperación, y hasta a lo más cobarde y degenerado de la mente humana, la muerte.
Son cada vez más elevadas las cifras de mujeres asesinadas en los últimos años, y lo más triste, es escuchar a jóvenes diciendo «como yo vea a mi novia con otro, la mato». Esto es lo que estamos sembrando, esto es lo que dejaremos a nuestra generación: la muerte vestida de mujer. ¿Cuántas mujeres en este momento no están siendo golpeadas, asesinadas y maltratadas por el simple hecho de decir lo que quieren y a quien quieren?, ¿acaso no tienen derecho las mujeres a decidir a quién amar, o qué hacer en sus vidas? Ese hombre que hoy nos apuñala, nos dispara o nos arroja a un río, a una calle, no se da cuenta que no sólo mata a la mujer, sino a él mismo.
Existen algunos hombres que respetan y son consientes de la posición de la mujer en la humanidad, y la ven como un ser capaz de crear y fortalecer, junto con ellos, una sociedad, pero ese número de hombres aún no es suficiente, lo cual hace mucho más difícil la lucha frente a tantas mentes enfermas.
Este mundo se convirtió en un manicomio grande, y los que están sanos se hacen los locos para seguir la conducta de quienes se les olvidó lo que somos: seres de sangre, vida y corazón, moldeados de tiempo, amor y espíritu.
Ojalá llegue el día en que nos encontremos y nos miremos frente a frente y aprendamos a reconocernos como humanos, que nos despojemos de los temores y de la opresión del uno por el otro. Juntos, como hombres y mujeres engrandecemos el mundo; separados lo diluimos en el tiempo y estamos predestinados a desaparecer.
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Escritora. Autora del poemario Las Máscaras del Cuerpo. Co-directora de la Fundación Casa de Hierro.